2010/02/18

El globo del color del arcoíris

El globo del color del arcoíris

Caminaba por la playa recogiendo caracolas y ramitas desnudas, cuando encontré a varios chiquillos; entre ellos a un dulce niño. Estaba afanosamente ordenando papel de china multicolor, de los mismos colores del arcoíris, cada uno con su matiz particular -hasta Gris tenía-. Este papel había sido reunido de una fiesta sin igual, todos habían traído un trozo de papel del color de sus ideas o sus sentimientos. Intenté adivinar de quien era el de color Rojo.

De primera instancia la idea del niño era hacer una gran pelota para jugar en la playa -por el material- sugerí hacer mejor un globo para que por todos fuera visto. Lo muy complicado, era hacer en el corazón de este, un fogón, para que ardiera con la misma intensidad de un amor fraterno y  este le permitiera elevarse.

El trabajo estaba ya iniciado, fue cuando se acabó el engrudo hecho de harina de arroz diluido en ilusiones, sin embargo, embelesado en la belleza de aquel dulce sueño encontré que debajo de mis costras -y de una herida aún sin cicatrizar- podría haber la solución, con tan sólo remover un poco brotaría de nuevo sangre, por sus propiedades en proteínas y coagulantes esta funcionó exactamente como catalizador y pegamento.

La idea era hacer que nuestro globo llegará hasta la china o al menos eso fue lo que decidió y me contó aquel rubicundo nene, para que llegase al mismo lugar de donde vienen los cuentos chinos.

La emoción fue tanta que al juego se unieron otros niños, entre ellos el más silente -de repente- cobró toda la energía que no hubiese revelado antes -quizás sólo había comido azúcar y alucinaba- y quiso tomar en sus breves manos -e ideas cortas- el inacabado meteoro, creyó que con tan sólo escupitajos en la base estos serían suficientes para aislarlo del infiernillo motor.

Todos recogimos escogidas briznas de individualidades para que fungieran como combustible, aún de la advertencia de las fallas de origen, los niños excitados por el vuelo encendieron el frágil hornillo.

Todo el esfuerzo conjunto apenas asido a un frágil hilo.

Caía la tarde, empezaban los vientos y el espectáculo circundante era sorprendente… el pequeño globo comenzó a tomar altura y fue soltado por las breves manos.

En mi mente se agolparon de uno en uno hasta más de mil recuerdos y sensaciones, fueron tantos que solo hubo ruido blanco en mi cabeza. Mientras tanto con la salada arena intentaba resecar la reabierta llaga.

De repente... todavía sin llegar tan alto, el aeróstato comenzó a ser engullido por el contenido del hornillo.

El lapso de tiempo fue tan breve que no se comparaba con el tiempo en el que se construyó. El níveo papel en un instante se transformó en polvillos negros, así por igual: colores -también el gris-, proteínas y saliva… que cayeron sobre el indómito océano del olvido…

Mi húmeda mirada volvió a la arena, y en eso, la última ola dejó una pequeña caracola roja atigrada, fue cuando reparé que mis pies están encallecidos de tanto caminar, tomé el caracol lo acerque a mi oído y regresé sobre mis pasos, la marea estaba subiendo devorando mis huellas sobre la arena.

Texto de Ulises Velázquez