2010/07/27

Tertulias ZD



Los contenedores de restos y recuerdos

Para mí, los cementerios son un lugar especial que me proporcionan tranquilidad, sobre todo, cuando cae la tarde; son de esos lugares  donde me gusta escuchar el silencio –aún si están dentro de la ciudad-

Todavía recuerdo el olor de la caja de Salvador... y su propio aroma; después de tres días, el suyo, era un cajón de pino, forrado de tela en pliegues, todo el conjunto de color blanco. Afuera de su casa aún podían verse la que fue su última trayectoria, que dejó junto a las de las ruedas de aquel carro, en el camino de terracería.

Recuerdo las flores en cubetas, y aquella habitación de lámina metálica y cemento peinado. Que era dormitorio, sala, comedor y cocina, todo al mismo tiempo, en la que por un eterno momento nos quedamos solos, donde incrédulo  observaba su impávido rostro, tan sólo esperando a verlo despertar de su profundo sueño. Salí, y allá donde estaba el campo cercano -donde siempre jugábamos- corté un girasol silvestre que sería mi representación de compañía en su descanso, lo dejé a un costado suyo.

Ambos teníamos nueve años.

Justo después, vinieron por mí, no me dejaron estar más tiempo; sólo vi como salió en hombros. Él en camino a lo eterno y yo llevado de vuelta a mi casa.

Como siempre fui necio, en cuanto la voluntad regreso a mi cuerpo, salí todas las veces que fue necesario en excursión a aquel panteón que era tan cercano a nosotros, y aquel se volvió mi refugio por años, muchos días y tardes, caminaba peinando la zona de infantes tratando de localizar la cruz de metal pintada de blanco que debía decir “Salvador García, 1973 – 1982”. Nunca jamás la encontré.

Sin embargo, este espacio -y luego otros- se volvieron un resguardo, donde puedo dejar correr mis pensamientos, donde deseo dialogar conmigo mismo de una forma más serena lo que puede serme importante. Donde he pasado en ocasiones horas y horas leyendo lápidas, epitafios, inscripciones… imaginando quienes fueron todos aquellos que alguna vez inspiraron tantos sentimientos.

A veces me quedo sentado por horas y llega a mí de nuevo un aroma a pino, cera y nardos, que luego pasa al de flores silvestres y me siento acompañado; como tantas otras veces que por horas platicábamos después de haber paseado en bicicleta, intercambiando lo que puede haber en la mente a los nueve años. Es entonces cuando sonrío.

Ulises Velázquez

Tertulia -porque hago lo que hago- convocada para ZD por Sara Ibañez





Mi lápida verde

Escogí como lápida, una laja pulida -de granito verde-, con cincel y martillo escribí mi nombre, pero quedé tan cansado y con las manos ampolladas, que por ahora, abandono estas herramientas y me quedó con un gis de mi color favorito. 

Ante una tormenta inminente -pues el cielo está cerrado y oscuro-, escribo apresurado lo primero que me viene a la mente, sobre el porqué y el cómo quiero ser recordado. Empiezan a caer las primeras gotas y salgo corriendo al camino más cercano, la lluvia arrecia y pronto es tormenta. Me echo a la bolsa el gis de color… ya regresaré por estas mismas fechas en un año para encontrarme con mi losa verde, para escribir de nuevo lo primero que ocupe mis pensamientos, y que necesite ser epílogo y despedida.

A sabiendas que algún día cuando yo muera mi cuerpo será incinerado... formará parte del viento y será la capa de polvo que cubrirá alguna otra lápida.

Mientras tanto la lluvia sigue.

Ulises Velázquez

Para la tertulia –Epitafio- convocada para ZD por Veronica Cristiani





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